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Conversación II

Usted no deja de mirar esa puerta… como si la hubieran labrado los fantasmas. La mira como se queda uno mirando el techo de la habitación al despertar por la mañana.

¿Cómo la encontró? Si ya no hay nadie por aquí. Mire la tierra, parece un pico de gallina al sol, seco y sediento. Callado. Antes escogía palabras, que cuando el viento o el agua las arrastraban, le crecían cosas verdes que se enredaban abajo. Si remueve descubrirá esas raíces.

Apareció luego de una lluvia que duró siete años. La lluvia asusta a los que no saben que sólo es agua, y a los que lo saben, francamente no sé porque los asusta. El caso es que todos corrieron a esconderse. Chocaban unos contra otros, y cuando era inevitable la caída, siempre pudieron agarrarse a algo: a la izquierda, a la derecha; a la iglesia o al diablo. A cualquier cosa que creara guerras. Pero nunca pudieron estar solos. Por eso van viviendo como pueden. Yo no. Yo soy libre, y si me caigo, me caigo. Por eso no me caigo. ¿Le digo un secreto para no caerse? No lleve peso.

Ellos comenzaron a estudiar. Sin llegar al fondo de lo que estudiaban comenzaron a decir frases que no eran suyas. Encontraron que podían intercambiar conciencias para llegar más fácil a las salidas, y lo hicieron. A mí no me dio la gana complicar nada. Me aferré únicamente al pensamiento que invocaba cuando ya no había nadie -Ah, las palabras de aquella tierra-. Con eso forjé mi carácter.

A ellos los felicitaron por madurar y a mí me fueron dejando solo. Pero ahora que los años se amontonan sobre ellos y sobre mí no se amontona nada, puedo asegurarle que no habían madurado, más bien se habían rendido. Pero utilizando uno de esos trucos, a los que cada vez se acostumbraron más, cambiaron la palabra y lo celebraron entre aplausos ensordecedores. Algunos murieron sin escuchar nada más.

Pero le decía que llovía, y ahora que sabe que la lluvia no tiene nada que ver con la tristeza y que a mí no me asusta, le cuento que me quedé mirando hacia arriba con la lengua fuera. Así durante siete años. Cuando sentí que no me caía más agua abrí los ojos y ahí estaba, delante de mí. La puerta. La miré igualito que usted la mira ahora porque antes no estaba y de repente la tenía delante.

Nadie se atrevía a mirarla. Tenían miedo. Decían que al abrirla uno se encontraba dudas. ¿Para qué abrirla entonces? Se acostumbraron a estar lejos de ella y vivieron normalmente tristes.

Pero un buen día… abrieron la puerta. ¿Sabe lo que hallaron detrás? Un mapa. Y en el fondo, muy lejos, otra puerta. También la abrieron. Encontraron otro mapa, y más allá… otra puerta, otro mapa.

Fui yo el que la abrió. Y desde ese día las abro todas.