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Conversación IV (Parte I)

Así murió nuestro padre, la persona que más sabía sobre nosotros mismos después de nosotros mismos.

No os empeñéis. Tú no debes ser político, ni tú hermano tampoco. Me dijo un día que fui a verlo a la biblioteca. Él ya estaba allí, esperándome, como si ya lo supiera…

¿Te acuerdas de aquellas conferencias y coloquios que organizabas para concientizar a la gente sobre el daño que producía la basura en la calle? Anduviste por todo el país. Conseguiste a los mejores para hablar sobre el tema. “Por un mundo sin basura”. Pero en todo ese tiempo fuiste incapaz de bajarte del coche y recogerla tu mismo. ¿Te das cuenta? Sin duda eras importante para la sociedad, un gran ejemplo. Todos esos reportajes y esas cartas de apoyo que llegaban a casa. Todos esos discursos que millones de manos aplaudieron. Todos esos ensayos que millones de instituciones premiaron. Pero no eras útil. ¿Te das cuenta de la diferencia? No necesitamos más políticos que vean, señalen y hablen del problema de la basura. Necesitamos políticos que la recojan. Sé que ya lo has entendido pero déjame subrayarte que en la política no necesitamos gente importante, sino útil. Por eso te aconsejé que dedicaras tú energía en algo en lo que que pudieras ser importante sin la obligación de ser útil. Y te hiciste escritor. Y tu hermano empresario. Bien por los dos. Así no arruinaron más el mundo. Al contrario, lo hicieron mejor. 

Tú hermano en la política habría pensado que los países son empresas. Hoy estaría orquestando el desastre junto a esos otros políticos que se han empeñado en desterrar de la economía el elemento humano. Y tratando de recordar las palabras exactas que Alfonso Reyes ofreció en la Homilía por la Cultura en la que estuve presente, ese empeño arruina sociedades y entristece a los individuos; porque no se puede buscar equilibrio moral en un estrecho pasillo de fórmulas técnicas sin abrir las ventanas a la circulación de las corrientes espirituales. Este mal afecta a la felicidad, al bienestar y a la misma economía. Cuando los especialistas pierden de vista el conjunto de los fines humanos producen aberraciones políticas y labran su desgracia y la de los suyos.

A tú hermano le gusta el poder, pero el que se labra y se usa en beneficio propio ¡Y que cada uno use su poder para lo que le dé la gana! Siempre habrá buenos y malos. Mientras lo sean con autenticidad, el mundo seguirá adelante. Pero el poder del político es distinto. Su uso no está sujeto a las ganas ni a los deseos personales. Debe usarse para el bien común.

Fíjate que bueno sería si en vez de ahogar a la democracia en ideas, la dejáramos respirar en su sencillo mecanismo: El ciudadano escoge y vota a su candidato. El elegido, a través de esos votos, recibe la autoridad para ejercer el poder de sus votantes en beneficio de ellos. -¿Te das cuenta de que lo que realmente posee un político no es poder, sino autoridad para ejercer un poder que no es suyo?- Tras las elecciones, el ciudadano y el servidor público deben continuar trabajando juntos; y una vez más, la fórmula, por más gafas y libros que pongan en medio, sigue siendo sencilla: Bajo el marco de las leyes vigentes, los ciudadanos pagan impuestos y los servidores públicos los invierten y distribuyen con eficacia. Al mismo tiempo, mientras se da ese intercambio, el servidor público debe facilitar al ciudadano la posibilidad de generar más dinero a través de exenciones o ventajas fiscales para incentivar la creación de nuevos negocios, empresas, actividades económicas. En ese ambiente próspero, el servidor público debe invertir sabiamente los impuestos, para generar escuelas con mejor educación, leyes más lógicas, calles más resistentes, autobuses más limpios, carreteras más largas, vivienda para todos y unas instituciones de lujo. Esto es la democracia, hijo mío. Todo lo demás estorba. Todo eso de las ideologías y las teorías políticas. Porque yo sólo veo una manera de crear escuelas, de pavimentar las calles, de respetar el medio ambiente, de poner agua, luz y gas en todas las casas… y no es la manera de la izquierda, ni la manera de la derecha, sino la manera de lo razonable y del sentido común. Esa es la única manera de atravesar el mal para llegar al bien sin complicaciones ni conflictos.

Entonces, si todo es tan sencillo, ¿cuándo se complica? Cuando la mayoría desconoce la fórmula y deja inocentemente todo el peso en una minoría impotente, o cuando la mayoría, conociendo la fórmula, la desobedece, dejando descaradamente todo el peso en una minoría harta y furiosa. En los países poco civilizados donde el riego de la educación no llega a todos, se da el primer caso. En los países civilizados se da el segundo. 

Para que la balanza esté nivelada tiene que haber el mismo peso en ambos platos. Si por un lado la mayoría de políticos roba los impuestos que pagan la minoría de los ciudadanos, y por otro la mayoría de ciudadanos que no paga impuestos impide a la minoría de políticos trabajar, el peso de la balanza se inclina hacia el desastre. Y si en medio del derrumbamiento, en vez de comprender la democracia y dejarla vivir de una vez en el mundo, se prefiere parlotear sobre ella -como si el pájaro dedicara la vida hablando del vuelo en vez de abrir las alas y volar- entonces la vida se pone en pausa y es imposible avanzar.

Permítame señorita ir al baño. ¿Quiere que le traiga algo? ¿Agua? Bien.


Ahora vuelvo.